Hoy me he levantado muy tarde porque durante la noche no ha dejado de ladrar el perro. Mi mujer, como tomó una pastilla, dormía con la boca abierta. A mí me retumbaban los oídos. Ladrido, ladrido, ladrido, me pongo la almohada en las orejas y aprieto, (ladrido) (ladrido) (ladrido). Me levanto y camino desde mi dormitorio hasta el salón (3 minutos). Rigoletto me mira y devuelve la vista al jardín. Ladra, ladra como si diera órdenes o avisos al césped de mi jardín.
¿Tengo cara de sueño?
Finalmente me he decidido por coger una píldora de mi mujer y llevármela a la boca.
Cuando me he despertado era muy tarde, más de las tres. Mi mujer había salido hacía un buen rato, y Rigoletto ya no ladraba. Lo curioso es que por más que lo he llamado no he dado con él, pero como era muy tarde y tenía mucho que hacer me he dedicado al trabajo. Es la mejor forma de ordenar la mente.
Así que he leído el guión de la película que me trajo el señor de Ontario y no he comprendido muy bien el argumento. Como firmé el contrato sin prestar atención, ahora tendré que hacer esta película. Espero que paguen bien al menos, pero no he encontrado ninguna cifra en el larguísimo contrato. Si viene escrita con letras, pues ya me enteraré cuando llegue el extracto del banco.
Antes de darme cuenta es de noche. Voy a la nevera y me como 11 tabletas de chocolate y un bidón de leche fresca. Me lavo los dientes y me vuelve a entrar el sueño.
Ahora estoy escribiendo esto, pero me voy ya a dormir.
Un abrazo.